Cuentos de terror y un puñado de estrellas fulgurantes en el cielo raso me estrangulan. Reposas tranquila en el sofá, de costado, sin maquillaje, con la bata de seda abierta hasta donde se fusionan tus piernas y abres los ojos exclusivamente para preguntar si en la historia mueren todos. Enmascaro un instante la mirada perdida, inmediatamente me clavo en las transparencias del vestido; tanto en los insolentes pliegues de la ropa como en los prosaicos dobleces propios de tu personalidad; y así caigo hechizado en el suave movimiento de tus caderas. –Todos sin excepción– te contesto sin disimulo.
Me poso cautelosamente a tu lado, resbalo mi dedo índice por el terciopelo rojo del sillón e intento acariciar tu rodilla, pero tú te levantas, apartas bruscamente tu cuerpo de mi lado y paseas dando tumbos alrededor del cuarto. –Cuéntame más– me suplicas con una mirada tierna y un acercamiento suspicaz, mientras tanto, abandonas tu lugar y te deslizas hacia la cama, gateas por encima de las sábanas blancas y te tiendes en posición fetal.
–Pensé que al saber el final ya no querrías conocer el resto– lo niegas con la cabeza y me respondes que –Las historias son como el amor, un juego de intriga y emoción que nos carcome los sesos y destroza el corazón–. Terminas la frase después de varios suspiros, volteas el rostro hacia una almohada y le regalas tu espalda a la intemperie. Alcanzo a observar el patrón de lunares que componen la constelación de mi delirio a través de la ropa, yo estupefacto y tú impávida, tú viva y yo muerto. Después de unos instantes, me encuentro abrumado en el sopor y perfume que emanan tus labios, intento mover las piernas mas algo me lo impide, de pronto y leyendo mi pensamiento te incorporas despacio, primero, girando para observar el firmamento habitacional y erigir un momento de creatividad e ilusión: señalas un par de imperfecciones en el techo, las hilvanas dulcemente y das vida a una catarina roja de motas negras, con alas reprimidas y tímidas antenas. Recupero la conciencia y abro de golpe la ventana. Terminas por levantarte, te apoyas sobre una rodilla y se te descubre un muslo, ruego por que pase lo mismo con la otra pierna pero brincas para tomar tu creación animal en el aire límpido. La acarreaste al dorso de tu mano y después de admirarla con melancolía la aventaste a la realidad.
Te paras en frente de mi y deslizas el pedazo de tela que pretende esconder la decencia que aun nos separa por los días y nos unía en las noches. Intento tocarte, casi no miro tu cuerpo, podría describirte de memoria, recuerdo la longitud de tus brazos, podría decir cuantas cuartas necesito para tocar tus hombros y cuantos pasos necesito para rozar tu cuello con mis mejillas; tu das un paso para atrás. Puedo también asegurar que sabes a fresas, que tus labios están fríos y que ahora sólo juegas conmigo. Me clavo en tu mirada y tus ojos me parecen cada vez más lejanos y vacíos, no encuentro tu pupila. Intento de nuevo tocarte, exhalas un vapor enigmático, hace frío afuera, adentro, el cuarto hierve y mi cuerpo arde en deseo; retrocedes de nuevo. Persisto en los intentos, sigo contando la historia. Llegas hasta la cama, me muestro ansioso, mi respiración se torna potente, las pupilas se me dilatan, trompicas con el borde y caes desnuda de espaldas al lecho. Me abalanzo sobre ti pero eres ágil. Ágil y hermosa.
Me desplomo. Demasiada intensidad y esfuerzos por seguir contigo y tu te largas. Me enrosco a lo largo del catre, cierro los ojos, extiendo los brazos y alcanzo una almohada. Siento tu presencia a mi lado, sentada al borde de la cama. Abro los ojos. Sollozas de manera refinada y te vuelves a parar.
–Entonces, ¿cuál es el final?– me preguntas a media voz. Consternado te digo que ya te lo había contado y que no cambia, las personas siempre mueren aunque sea en forma de olvido. –Entonces olvídame– me reclamas, –No puedo– sollozo.
Por primera vez te siento cerca de mi cuerpo, te arrejuntas al calor, te encorvas y me miras plenamente el rostro. Trato y trato fuertemente de recoger el aire suficiente pero me rindo y lo exhalo, partido por la mitad, en un segundo.
–Te extraño más que a las catarinas– y una lágrima roda desde mis párpados, tocando la nariz y pidiendo perdón a mis labios.
–¿No quieres cambiar el final?– me preguntas en tono de petición. No puedo –te contesto– Así debe ser.
–Entonces, apaga la luz–. Me acerco desilusionadamente al buró y tomo la correa mágica que hace funcionar a la lámpara y antes de tirar de ella te digo –Si quieres, podemos terminarlo en ‘vivieron felices para siempre’... pero perdería todo sentido– acercas mucho más tus labios a mi espalda, –O podemos dejarlo en fin– me imploras –Pero apaga ya la luz que necesitamos descansar– tiro del cordón, medio dormido,
–Entonces apaga la luz y vuélveme a amar–. Me vuelvo para abrazarte y observo como te elevas siendo ahora un vapor purpúreo que me sigue y no me deja respirar.
Me poso cautelosamente a tu lado, resbalo mi dedo índice por el terciopelo rojo del sillón e intento acariciar tu rodilla, pero tú te levantas, apartas bruscamente tu cuerpo de mi lado y paseas dando tumbos alrededor del cuarto. –Cuéntame más– me suplicas con una mirada tierna y un acercamiento suspicaz, mientras tanto, abandonas tu lugar y te deslizas hacia la cama, gateas por encima de las sábanas blancas y te tiendes en posición fetal.
–Pensé que al saber el final ya no querrías conocer el resto– lo niegas con la cabeza y me respondes que –Las historias son como el amor, un juego de intriga y emoción que nos carcome los sesos y destroza el corazón–. Terminas la frase después de varios suspiros, volteas el rostro hacia una almohada y le regalas tu espalda a la intemperie. Alcanzo a observar el patrón de lunares que componen la constelación de mi delirio a través de la ropa, yo estupefacto y tú impávida, tú viva y yo muerto. Después de unos instantes, me encuentro abrumado en el sopor y perfume que emanan tus labios, intento mover las piernas mas algo me lo impide, de pronto y leyendo mi pensamiento te incorporas despacio, primero, girando para observar el firmamento habitacional y erigir un momento de creatividad e ilusión: señalas un par de imperfecciones en el techo, las hilvanas dulcemente y das vida a una catarina roja de motas negras, con alas reprimidas y tímidas antenas. Recupero la conciencia y abro de golpe la ventana. Terminas por levantarte, te apoyas sobre una rodilla y se te descubre un muslo, ruego por que pase lo mismo con la otra pierna pero brincas para tomar tu creación animal en el aire límpido. La acarreaste al dorso de tu mano y después de admirarla con melancolía la aventaste a la realidad.
Te paras en frente de mi y deslizas el pedazo de tela que pretende esconder la decencia que aun nos separa por los días y nos unía en las noches. Intento tocarte, casi no miro tu cuerpo, podría describirte de memoria, recuerdo la longitud de tus brazos, podría decir cuantas cuartas necesito para tocar tus hombros y cuantos pasos necesito para rozar tu cuello con mis mejillas; tu das un paso para atrás. Puedo también asegurar que sabes a fresas, que tus labios están fríos y que ahora sólo juegas conmigo. Me clavo en tu mirada y tus ojos me parecen cada vez más lejanos y vacíos, no encuentro tu pupila. Intento de nuevo tocarte, exhalas un vapor enigmático, hace frío afuera, adentro, el cuarto hierve y mi cuerpo arde en deseo; retrocedes de nuevo. Persisto en los intentos, sigo contando la historia. Llegas hasta la cama, me muestro ansioso, mi respiración se torna potente, las pupilas se me dilatan, trompicas con el borde y caes desnuda de espaldas al lecho. Me abalanzo sobre ti pero eres ágil. Ágil y hermosa.
Me desplomo. Demasiada intensidad y esfuerzos por seguir contigo y tu te largas. Me enrosco a lo largo del catre, cierro los ojos, extiendo los brazos y alcanzo una almohada. Siento tu presencia a mi lado, sentada al borde de la cama. Abro los ojos. Sollozas de manera refinada y te vuelves a parar.
–Entonces, ¿cuál es el final?– me preguntas a media voz. Consternado te digo que ya te lo había contado y que no cambia, las personas siempre mueren aunque sea en forma de olvido. –Entonces olvídame– me reclamas, –No puedo– sollozo.
Por primera vez te siento cerca de mi cuerpo, te arrejuntas al calor, te encorvas y me miras plenamente el rostro. Trato y trato fuertemente de recoger el aire suficiente pero me rindo y lo exhalo, partido por la mitad, en un segundo.
–Te extraño más que a las catarinas– y una lágrima roda desde mis párpados, tocando la nariz y pidiendo perdón a mis labios.
–¿No quieres cambiar el final?– me preguntas en tono de petición. No puedo –te contesto– Así debe ser.
–Entonces, apaga la luz–. Me acerco desilusionadamente al buró y tomo la correa mágica que hace funcionar a la lámpara y antes de tirar de ella te digo –Si quieres, podemos terminarlo en ‘vivieron felices para siempre’... pero perdería todo sentido– acercas mucho más tus labios a mi espalda, –O podemos dejarlo en fin– me imploras –Pero apaga ya la luz que necesitamos descansar– tiro del cordón, medio dormido,
–Entonces apaga la luz y vuélveme a amar–. Me vuelvo para abrazarte y observo como te elevas siendo ahora un vapor purpúreo que me sigue y no me deja respirar.
3 comentarios:
Me gusto tu fase de escritor sexy jajaja es mi favorito este.. so far.. bueno como q todos la neta pero buenooo este me gusto asi un buen como q es diferente no seee.. pero es el q me gusta mas :p asi q esscribe mas!!! jaja :) TKMMMMMMM!!!
PS: bueno el titulo como q... couldve been better pero bueeeeeeenoo.. te perdono pero tantito.. para la otra piensale mas jaja :p
En definitiva hermano, "hoy tuve tiempo" y "estrellas fulgurantes" (comparto la idea de karla acerca del título del mismo) simulan ya una persona que ha dejado madurar esas letras del interior para el goce de nosotros los simples. Con estos dos títulos arriba el párrafo donde llego a olvidar que el autor es mi hermano para idealizar al testigo de toda esa inspiración. No cabe duda, el tiempo cura, si; y también nos enriquece.
Publicar un comentario