Nos encontramos entre y a orillas del desierto; las calles, las pocas que existen, se encuentran maltrechas y resquebrajadas además de estar delimitadas por cactáceas en las insípidas aceras; al fondo, se halla una luz intermitente en lo alto de aquel establecimiento, desgastada por los años tintinea y parece fundirse junto con el foco, la música entre reverberante y desafinada sale por los huecos de la pared y solo es interrumpida por los desahogados gritos de los teporochos de aquella cantina. Frío. De pronto el silencio en la oscuridad es alumbrado por un intempestivo destello y un gemido ahogado; tres bandidos con jorongos a espaldas, bigotes bien peinados y un sombrero bastante notorio salen dando un portazo; el hombre que se encuentra tirado de dorso, de tez blanca, por supuesto, se le nota la falta de melanina por sus ojos claros, color azul, bien peinado a pesar del ajetreo intenta escapar, esconderse o simplemente ponerse en pie, pero aquel aguarrás (con un león de mascota que también parece estar bajo el influjo de aquel misterioso brebaje) se lo impide de manera más que evidente; el ‘boss’ de aquellos tres pistoleros le da un ultimátum – Despídete güerito- enseñándole la bala que habrá de penetrar su cráneo y despojarle de la vida...
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