Con una fuerza sobrehumana, me avientas al lado derecho de la cama sin previo aviso y me preguntas en voz baja y lenta << ¿Todavía queda agua? >> A mi casi me da el infarto y te respondo entre sorprendido y molesto que –Ya sabes donde está el agua de jamaica, y si ya no hay, puedes hacer más –De un momento a otro bajamos desnudos los 3 o 4 escalones, te envoltijas y nos disponemos a comer. Pasamos de la sopa a los frijoles bayos (que no son del todo tus preferidos) y pasados 10 minutos después de limpiarme los dientes con un palillo, me despido de ti. Me regalas un dulce y tierno beso e hilarante me dices – Te veo en la noche mi cielo, que te vaya bonito– Anonadado y pensativo me alejo unos cuantos pasos, acercándome a la puerta y pienso para mi mismo –¿Quién la entiende? –Cierro la puerta y aun alcanzo a oír el grito desesperado por una oreja que lo escuche de –No olvides que te amo –pero me alejo sin voltear y doy la señal de que llevo prisa.
En el transcurso del día, no puedo más que pensar en el porqué serás así de rara conmigo y me deleito escuchando la sinfónica estación sintonizada por el finísimo chofer de un microbús destartalado a manos de la ‘preciosa’ ciudad que es el Distrito Federal. Interrumpiendo su melodiosa y afinada voz, el chofer grita amablemente –Si le pasan bien por en medio de las dos filas por favor –Cortésmente le hago un corte de manga y desde el fondo de mis entrañas pienso que todo sería más fácil si tuviera mi propio auto. Pero callo la mayor parte de mis insultos, porque sino, es muy probable que su chalán de 15 años, me ande partiendo mi madre. Tres, quizá cuatro veces más, el esbelto chofer interrumpió la balada más dolorosa de los Bukis para recalcar en que no van a caber las otras 30 personas que desean subir al pesero si no nos doblamos a la mitad y nos sentamos en las piernas de las otras 30 personas que van incómodamente sentadas. Finalmente, llego a mi destino y mis entumecidos pies, intentan no sufrir los estragos de los pisotones que me dieron alrededor de 24 pares de zapatos de tacón de aguja. Camino un poco más apresuradamente y veo en el reloj del celular, que temprano ya no es y que si deseo llegar, tendré que correr.
En el camino, sufro una vez más tratando de entender a mi mujer en sus variadas máscaras y me encuentro a uno de esos pequeños entes que, en múltiples ocasiones, cuentan alguna gracia y otras tantas solamente comentan lo que los medios ya repitieron una media docena de veces entre los tres noticieros que tienen al día. Me empieza a contar que tiene traumas con sus relaciones amorosas, y en vez de apoyarla, me dedico a mover la cabeza y a decir en orden estrictamente aleatorio –A órale, –Y luego, –No pues que feo... –Después de ir a la mitad de su plática, este pequeño ser indefinido, cae en la cuenta de que mi atención en su tema es nula y trata de jalarla inesperadamente preguntando –¿Si me entiendes no? –A lo que yo contesto felizmente –No pues que feo. La desesperación total es alcanzada por este pequeño ser, al verme reír tremendamente y en un arranque de esos telenovelescos, me señala con la punta del dedo y en tono bastante enojado, me dice –¡Eres un malo! –Sigo riendo y me sigue apuntando con su dedo intentando convertirlo en un rifle de dos cañones cargado con balas expansivas. Más molesta y sin ninguna tapujo, me dice –¿Y por lo menos me vas a decir de que te ríes?... –Poderoso, casi inmortal y a sabiendas de que soy un verdadero cínico, le contesto –¡Ah! Es que me acabo de echar un pedo...